Carlos Carvajal Castellanos tiene 29 años, es de Tarija, Bolivia, y desde hace algún tiempo vive en Francia. Su amor por el vino, unido a su inmensa curiosidad por conocer nuevas culturas, lo llevaron a estudiar a Europa. Hoy, contento y realizado, decidió afincarse en el sur de Francia, donde trabaja, convive con gente muy amable y disfruta de su gran pasión : la vitivinicultura.

reo que la curiosidad es la mejor energía que uno puede tener para crecer en la vida. Y empiezo hablando de la curiosidad, porque el hacer preguntas y ser curioso me ha llevado hasta donde estoy hoy.

Todo este periplo comenzó cuando de niño robaba racimos de uva de los camiones que traían la cosecha que luego sería vino. En Tarija, al sur de Bolivia, donde nací y pasé mi infancia , mi historia está muy relacionada a los vinos de Aranjuez. Gracias a ellos aprendí a ser curioso y a experimentar con los sentidos y a escuchar lo que los clientes apreciaban en un vino.

Siempre estuve interesado en conocer sus orígenes e historia, por lo que mientras trabajaba vendiendo vinos de Bolivia, encontré un curso que me daba la oportunidad de viajar a Europa a estudiar sobre este tema. El master duraba dos años, tenía su base en Francia, pero debía recorrer cinco países para completar mis estudios.

Llegué en septiembre de 2006 a Angers en el País de Loira (oeste de Francia), una ciudad por la que pasa el río Loira, uno de los más grandes de Europa. Al borde de él existen hermosos castillos y están también sus viñedos que son uno de los muchos tesoros que nos oculta Francia.

En el master había 27 alumnos de 20 países diferentes. Fue fascinante ver, por ejemplo, como otras culturas como las asiáticas interpretaban y apreciaban el vino. Cada uno era más o menos sensible a algún aroma; unos apreciaban mejor la acidez y frescura de algunos vinos blancos y otros valoraban más su dulzor; en general, los asiáticos preferían los vinos blancos más dulces; los europeos un poco más ácidos ; y los sudamericanos los tintos mas tánicos y frutosos, pero todos descubrimos el mundo del vino y de Francia.

Es así como dentro del grupo aprendíamos de cada cual y como cada uno también puede ser más o menos sensible a la música o a los colores. El invierno no tardó en llegar y con él las primeras lluvias. Llovía casi todos los días, pero no nos incomodaba, porque cada día descubríamos algo nuevo.

También este invierno fue la primera vez en que muchos vieron la nieve. Me acuerdo del día en el que en Sancerre, en el corazón de Francia, nos quedamos atascados dos días por culpa de la nieve. Fue la ocasión ideal de hacer una “guerra de nieve” y de resfriarse para muchos…

Los mejores amigos

Dentro de este grupo se formó uno más íntimo al que llamábamos “la familia”, porque éramos un grupo compuesto por representantes de toda Iberoamérica: Chile, Argentina y España. Saboreamos cada momento vivido lejos de nuestras casas, compartiendo el gusto por los alfajores argentinos, una buena paella española, un sabroso pisco sour o la cocina boliviana.

Compartir los momentos, sean éstos buenos o malos, crea lazos que ni el tiempo ni las circunstancias podrán romper. Estoy seguro de que cada vez que nos volvamos a juntar, esa misma amistad e interés por el otro, estarán presentes.

En la primavera, partimos a hacer un tour de un año y medio por Italia, Hungría, Suiza y España, viviendo experiencias que no podría terminar de contarlas en estas páginas.

Pero al finalizar estos dos años toda “la familia” nos volvimos a ver para recibir nuestros diplomas. Regresamos a la bella y lluviosa Angers para encontrarnos y ver los proyectos personales de cada uno.

Yo que en ese momento vivía en Valencia, España, vine a visitar a Sergio, un amigo que estaba en una ciudad desconocida para mí, que se llama Aix en Provence, al sur de Francia. Llegué y no pude creer lo que descubrían mis ojos: una ciudad muy pequeñita rodeada de viñedos, campos de lavanda y sobretodo soleada a lo largo del año.

Como muchos que por aquí pasan, me quedé enamorado del sur de Francia. El carácter de la gente es distinto, no está tan estresada como en las grandes ciudades y sabe disfrutar el momento. Estoy seguro que es el clima que tiene un efecto muy importante en el humor de la gente.

Pronto encontré un trabajo en esa zona, en otra bella ciudad que se llama Nimes. Ahí la vida pasa alrededor de un Coliseo Romano, donde antes se celebraban batallas de gladiadores. Ir a trabajar cada día era un placer, porque en esta región surrealista llamada la Petit Camarge ¡conviven flamencos rosados, caballos blancos y toros!

Llegar solo a esta nueva ciudad me enseñó muchísimo sobre la cultura francesa. Tuve suerte de conocer a la persona correcta que te abre las puertas y te presenta gente. Hice muchos amigos que me ayudaron a mejorar mi francés y a conocer esta rica cultura.

Una de las tradiciones más lindas que conocí es la “Feria de Nimes”, que durante Pentecostés se llevan a cabo espectáculos taurinos y muchísimas fiestas relacionadas. También se disfruta de la buena música y el Pastis, una bebida de anís típica del sur de Francia.

Hoy vivo nuevamente en Aix-en-Provence, y exporto vinos franceses al mundo. Mi sueño se hizo realidad. Vivo mi pasión y aprendí que todo lo que imaginas en la vida es posible. A veces, tu imaginación no alcanza para ver las oportunidades que la vida te puede dar.

Estoy muy feliz de haber utilizado mi curiosidad. Ante la duda, siempre me pregunto: “¿Por qué no?” o “¿qué me impide hacer esto?” De todas las experiencias, la lección más importante que aprendí es que en cualquier lugar del mundo la mejor herramienta para triunfar, es una sonrisa.


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