Ante el alto índice de desempleo que impera en la República Dominicana, un grupo de mujeres se gana la vida convirtiendo sacos viejos en bellas y costosas alfombras, que se llaman pellizas. Hace siete años, Maritza Tejeda fue la pionera de este particular pero rentable negocio . Hoy, ella y otro grupo de mujeres pueden vivir dignamente de esta labor y venden sus productos especialmente a los turistas extranjeros, quienes quedan impactados por el color y la extraña textura de estas alfombras.
Por Millizen Uribe – Fotos: Franklin Marte

los 46 años de edad, María Amparo Tejeda, fue diagnosticada de osteoporosis. Esta valiente mujer, madre soltera y con un niño de 14 años, llevaba varios meses desempleada. Cuando vio lo bien que le iba a su hermana Maritza fabricando “pellizas”, unas alfombras que se hacen de sacos viejos y telas , pensó que ella también podía aprender y ganar dinero. Y así lo hizo.

Hoy, dos años después, María es la mano derecha de Maritza, quien tiene un próspero negocio en Carretera de Bonao, Piedra Blanca, en el norte de la República Dominicana. Ahí, ella y decenas de personas más se ganan la vida vendiendo estas particulares alfombras.

María se lo atribuye a la mano divina, pero si hay un ser humano responsable del bienestar de ella y su hijo, es su hermana Maritza. Amable y risueña, a sus 52 años se siente realizada gracias a la buena visión que tuvo al abrir un puesto para vender pellizas.

“La historia bíblica de los hijos de Isaac, señala que éste tuvo unos mellizos y que había uno lampiño (Jacob) y otro muy velludo (Esaú), por lo que en la Biblia se les califica de ‘pellizos’. Entonces las alfombras se llaman así, porque encima del saco tienen muchas tiritas que se cosen muy juntitas y apretadas, como si fueran vellos”, explica Maritza.

Una verdadera artista

¿Y cómo se le ocurrió poner el primer negocio de ventas de pelliza en esta autopista? “Me divorcié y me quedé con tres hijos y sin esposo. Entonces puse un puesto para vender frutas. Un día pasó un señor y me dijo que me iba a regalar unos materiales para que hiciese una pelliza para mi casa, a cambio de que yo le diese unas cuantas frutas para comer”, indica.

Maritza accedió al trueque , el señor le dio unas explicaciones generales de cómo hacer la pelliza y Maritza comenzó a practicar y a practicar. El esfuerzo valió la pena . Cuando el señor volvió a los tres días, quedó sorprendido ante la obra de arte que Maritza había logrado. Así se ganó el mote de la “Reina de las pellizas”.

Maritza decidió seguir haciendo pellizas y las colocaba a la venta al lado del puesto de frutas. La gente pasaba y le compraba. Y le encargaba . Un día, la demanda de las alfombras fue tan grande que el puesto de frutas pasó a la historia y en su lugar nació un pequeño taller para confeccionar pellizas.

Alfombras mágicas

Las pellizas se componen de tela (seda , jersey, algodón ). Como base tienen sacos, que en el caso de Maritza y María los adquieren de una empresa que vende sacos de arroz en esta misma zona. Para su elaboración también se necesitan hilos , una tijera y un palito o un pincho pequeño que ayude a ir introduciendo la tela por los orificios del saco.

Maritza considera que aprendió este arte prácticamente sola y que lo logró sólo con práctica. Lo más interesante es que ella compartió su idea con otras mujeres de la zona, que ante el desempleo existente se ganan la vida haciendo pellizas. “La demanda  seguía creciendo y hubo un momento que yo sola no podía. Primero contraté a dos personas, después dos más y así hasta que llegué a tener 10 mujeres en mi taller”, señala.

De ese primer grupo ya ninguna labora con Maritza. Todas se independizaron y tienen sus propios negocios y empleados a lo largo de esta autopista. “Mucha gente me decía que no le enseñara a nadie como hacerlas, porque después me quitarían el negocio. Pero yo siempre pienso que el sol sale para todos, por eso le enseño a a todo el que puedo”.

No obstante , reconoce que ahora que hay tantos negocios en la autopista el precio ha bajado un poco, pero todavía se vende bien. El valor de estas alfombras va desde 20 dólares, en el caso de que sea un solo saco, hasta 200 dólares, dependiendo de la tela y el diseño.

Con siete años de trabajo, a Maritza le alcanzó para construir su casa de dos niveles (en la primera tiene el negocio y en la segunda vive), y educar a sus hijos, de los cuales ya hay dos que son profesionales. Pero el arte del saco no se detiene y circula de generación en generación: Maritza ha enseñado este arte a sus sobrinos e hijos.

Sorprendentemente, los extranjeros que vienen a hacer turismo a la República Dominicana son quienes más compran las pellizas. Maritza nos cuenta que franceses, estadounidenses, españoles, italianos y canadienses que transitan la carretera norte del país son clientes habituales, pues se quedan impactados por el color y la extraña textura de estas alfombras.

Pero los dominicanos también adquieren estas alfombras, las cuales son usadas para dar un toque “chic” a sus espacios, ya sea casas o negocios que destacan con estas pellizas, que sin lugar a dudas se convierten en el centro de atención de las zonas que decoran.

¿Cómo se fabrican?
Lo primero que hay que hacer es cortar el saco en dimensiones de 60 cm de ancho y 72 de largo. Dicho corte se hace con fuego (y no con tijeras) para que éste quede sellado. Las telas se cortan en tiras pequeñas y delgadas. El último paso es ensartar la aguja con hilo y con ayuda de un palito se introduce la tela por los pequeños orificios del saco hasta que desaparezca totalmente su rastro y en su lugar sólo quede una linda alfombra.


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