Dentro de las ciudades cubanas las personas se trasladan en autobuses, autos de alquiler, bicicletas o taxis. En cuanto a estos últimos, hay decenas de tipos diferentes. Los bicitaxis son uno de ellos: una especie de bicicleta modificada para llevar dos pasajeros por cortas distancias. Pasear en un bicitaxi es una manera diferente de conocer la isla. Desde sus asientos se pueden sentir olores y sensaciones que no son fáciles de percibir en otro tipo de vehículos.
Por Sabdiel Batista Díaz

El mundo al revés
Antonio Pérez Suárez
Un día caluroso presencié una escena algo llamativa . En un bicitaxi, el dueño del vehículo iba sentado cómodamente y el que movía los pedales era un joven con clara ascendencia escandinava. Todo parecía al revés : el cliente era el que sudaba por las calles de Cienfuegos. La curiosidad pudo más que la educación formal y los tuve que detener para preguntarles. “El señor dijo que quería pasear por el Malecón, pero después lo que entendí era que tenía ganas de de manejarlo él”, me explicó el bicitaxero. “Parece que hace mucho tiempo que no montaba una bicicleta ”, agregó. Ante mi mirada de asombro me explicó, en un inglés algo enredado, que cuando era un niño paseaba mucho en bicicleta, pero luego comenzó a depender de los autos y olvidó esa sensación de poder y equilibrio que da pasear en este tipo de vehículo, tengan éstos dos o tres ruedas. Cuando terminaron el paseo, el dueño del bicitaxi no quiso cobrarle al joven europeo. A fin de cuentas, sólo le había prestado su vehículo un rato. Pero el joven insistió. Al final le pagó el doble. La felicidad de haber recobrado un recuerdo de su niñez en una bicicleta algo extraña por las calles de una ciudad caribeña, no tenía precio.

La gorda que me salvó
Juan Díaz Araujo
Era una señora gorda ; debía pesar unas 200 libras. Pero lo peor no era eso, sino que iba con su hija que también estaba “pasadita de peso”. Me paró y me dio la dirección adonde quería que la llevara . El bicitaxi “sintió” cuando lo montaron y yo lo sentí más, porque era mucho peso y tuve que esforzarme bastante. Cuando iba llegando a su casa me tuve que enfrentar a una pequeña elevación. Allí volvió el asma de mi niñez: me faltaba el aire . Y la gorda me decía: “Ya estamos llegando , es cerca”. Lo único que pensaba era en el dolor de mi rodilla . Cuando por fin llegamos, los temblores no me dejaban estar en pie. La señora se fijó en mis rodillas y me preguntó si padecía de alguna enfermedad , como artritis o artrosis. Empezó a hablar de problemas a los huesos . Lo único que escuché en medio de la explicación fue “yo soy doctora” y “enfermedad de los huesos”. La mujer me dijo que la fuera a ver a su consulta en el hospital. Después de varios análisis y pruebas, me detectó artrosis. Ahora no puedo montar mucho en el bicitaxi, pero sigo en el negocio y a cada rato la veo por la calle. Eso sí, ahora sólo paro para hablar con ella, nunca más la llevaré a su casa. Pese a todo , el viaje que tuve que dar con esa “señora gorda” me salvó , bueno, en realidad ella me salvó.

El loco más tranquilo
René Carballosa
El señor me dijo que quería llegar hasta el final del Malecón. No llevaba equipaje y parecía que iba de visita. Vestía normal, sin mucha ostentación. Por el camino saludaba a todo el mundo, pero conmigo no habló nada. Estaba muy tranquilo en su asiento. Yo lo único que pensaba era que conocía muchísima gente, aunque algunos no le respondían el saludo. Cuando llegamos, me pagó con un billete de 20 pesos nuevo y se fue caminando. A los tres días pasó de nuevo por donde están los bicitaxis, pero siguió de largo . No sé por qué surgió la conversación sobre él, pero alguien dijo que era un loco que vivía en la ciudad. Entre todos, logramos completar la historia del “personaje ”: era una persona que tenía problemas psiquiátricos, pero era el loco más tranquilo del mundo. Se pasaba todo el día dando vueltas , nunca se metía con nadie y ya lo conocían en todas las guaguas de la ciudad. Los choferes lo montaban sin cobrarle el pasaje y él lo agradecía siempre con una sonrisa . Después de mi historia con el loco casi todos los bicitaxeros lo han montado de nuevo. Yo lo he visto caminando por algunos barrios de la ciudad o por el Malecón; parece que le gusta el mar, lo tranquiliza . Por eso parece tan tranquilo y nadie se imagina que es un loco.

La confusión
Julián Hernández (seudónimo)
Era una mujer normal. La monté en la calle San Carlos y la llevé hasta el Yacht Club. Los cubanos nos fijamos en todas las mujeres, sobre todo si son jóvenes, agradables y tienen un cuerpo hermoso. Aquélla se veía bien : senos pequeños, linda y pelo largo. Cuando pasamos frente a la piquera donde estaban los otros bicitaxis, algunos socios me chiflaron y me hicieron señas , pero yo no les hice caso. Por el camino le dije algunos piropos a la muchacha y ella lo único que hacía era reírse . Cuando me fue a pagar me fijé en sus manos y eran bastante grandes, pero eso no me importó. Le dije que si quería podía recogerla de regreso o podíamos tomar algo. Con la cara más seria del mundo me dijo: “Yo sé lo que tú quieres, pero conmigo no va a funcionar. ¡Yo soy un hombre !”. En ese momento el mundo se me vino encima. ¡Tremenda pena ! Me había equivocado y por poco ¡me enredo con un travesti! Al final la muchacha o el muchacho, se rió un poco y se fue. Cuando regresé a la piquera casi todos me estaban esperando. Mis amigos sabían que era un travesti. El problema es que como no llevo mucho tiempo en la ciudad, no la conocía. Para los cubanos, que son machistas, eso es fatal y más si la gente que trabaja contigo siempre está jugando con ese tipo de cosas. Pero de una cosa estoy seguro : en ese momento no sabía si era una mujer o un hombre, pero para mí era una muchacha…


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