Siempre existe la duda entre las personas que ven una pelea de lucha libre: ¿todo lo que pasa en el ring es falso o esos espectaculares movimientos son auténticos? Bueno, no hay nada de simulación en el golpe de una silla metálica contra la piel y la sangre que se ve, no es precisamente ketchup. Lo que sufren día a día estos humildes gladiadores de un barrio de Quito, en Ecuador, es algo bastante real y duro. En este deporte existe una verdad escondida, el sueño de ser un luchador.
Por Daniel F. Benavides

e estudiantes, padres de familia, contadores y diseñadores gráficos pasan a convertirse en “reyes de la lona” de un pequeño escenario de barrio. Dentro del ring, ubicado en un gimnasio del barrio de la Ferroviaria Alta, al sur de Quito, este grupo de luchadores ecuatorianos deja atrás su personalidad habitual. A pesar de llevar nombres como “Romeo”, “El Adonis”, “Ricky Glamour” o el “Ángel Volador”, ninguno sufre problemas de identidad. Sólo quieren ser verdaderos héroes de acción.

“Al estar ahí arriba te sientes inmortal. No eres como el resto de gente, puedes hacer cosas espectaculares que nadie más puede. Pero esto no es un circo, es un deporte muy sacrificado. Hay que entrenar muy duro todas las semanas para poder aguantar”, explica “Viper”, de 22 años.

Entrenan durante cerca de dos horas tres veces por semana. Primero deben hacer un calentamiento y estiramiento, especialmente del cuello, que es una de las partes del cuerpo que más sufre con las caídas.

Iluminados por la luz de las bombillas, entran en las tres cuerdas y comienzan a practicar las diferentes formas de caer sobre la lona. El secreto de no lesionarse con gravedad es saber amortiguar las caídas con las piernas y los codos. Sin embargo, muchos de ellos han sufrido lesiones por un mal movimiento.

Existen múltiples y famosas llaves de lucha: como el “Francotirador”, la “Quebradora”, la “Piledriver” o la “Huracán-Rana”. Irónicamente, estas técnicas de peleas se utilizan precisamente para cuidar al rival. Hacerlas es casi un arte. No existe la mala intención dentro del ring a pesar de que sí hay mucho castigo físico. Si un luchador no confía en el otro, sencillamente no es posible que hagan la lucha. Una llave mal ejecutada puede fácilmente terminar con un cuello roto y es por esto que los luchadores practican innumerables veces para no causar un daño extremo a su rival. Aunque frecuentemente se lastiman.

“En el último evento, decidimos hacer que el momento final sea caer sobre tubos fluorescentes colocados sobre una mesa fuera del ring. Al caer, a uno de mis compañeros le explotó una vena con un pedazo de vidrio. La sangre corría por todos lados”, recuerda Viper.

El público

En este territorio, donde se mezcla la ficción y la realidad, el dolor es una constante. Pero la vergüenza es para algunos una mayor prueba a superar que recibir un sillazo en la cara. El público es el jefe de todos los luchadores.

“Comando” es uno de los luchadores más experimentados del grupo. Su padre también fue luchador, por lo que entiende bien qué se siente subir a un cuadrilátero: “Cuando estás ahí adentro, nada importa. Aguantas el dolor nomás. Aunque la gente se olvida que somos de carne y hueso. Quiere más sangre, más golpes, más espectáculo”.

El público que asiste a los eventos no es muy grande. En promedio unas 100 personas van a cada show. Hay niños que gritan por sus luchadores favoritos, como también jóvenes que van porque les interesa vivir de cerca lo que han visto siempre por televisión.

“Es emocionante, cuando comienzas a seguir a los personajes. Quieres a unos y odias a otros”, dice Gerardo Díaz, 19 años, y seguidor habitual de las peleas. “Claro que las historias no son tan elaboradas como en la WWE, pero igual son buenos y hacen cosas espectaculares a dos metros de ti”.

Es el mismo público, juez de este pequeño universo, el que se encarga de pagar a Comando y al resto de luchadores. “Uno tiene esa parte de egocentrismo que se alimenta con la emoción del público. Uno no gana mucho dinero con la lucha libre. Para hacer esto, realmente tiene que encantarte”, dice Comando.

El fanatismo artesanal

Ese sueño, el de las multitudes y el espectáculo hollywoodense que presenta la WWE a millones de personas cada semana, es un mundo muy distante a las paredes de latón de la Ferroviaria. Eso sí, comparten la misma regla básica: entretener.

El verdadero magnetismo detrás de la lucha libre no está precisamente en la capacidad para ejecutar una patada voladora. Está en el carisma que tiene en escena el personaje, en su habilidad para usar el micrófono y saber emocionar al público con su personalidad. Un verdadero luchador, crea emociones. De poco sirve utilizar muchas llaves, si el público lo encuentra aburrido.

“Cuándo me falta reacción del público trato de encontrar alguien con quién interactuar. Me divierto mucho cuándo logro hacer que la gente me grite. Asimismo, me satisface que gocen en mis momentos difíciles o mis derrotas. Eso me dice que mi trabajo estuvo bien”, cuenta “King K.O”.

En la Ferroviaria Alta se trata de un fanatismo artesanal. Donde las imperfecciones están presentes, desde la ropa que elaboran ellos mismos, hasta la planificación inocente de las historias de héroes y villanos.

Sin embargo, estas contradicciones quedan olvidadas luego de ver la energía que ponen en el cuadrilátero. Cada caída es tan real como la gravedad y la sangre que sale de sus frentes no es precisamente ketchup. No son atletas profesionales como los de la TV estadounidense. De hecho algunos tienen varios kilos de más (o de menos), pero el sudor que derraman por llevar adelante sus combates es impresionante.


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