Dicen que las buenas ideas surgen en los peores momentos. Cuando se conoce la historia de Maribel González, uno se da cuenta que esto es cierto. Para mantener a sus hijos, esta creativa mujer trabajaba de empleada doméstica o vendiendo billetes de lotería cerca del consulado de EE.UU. en República Dominicana. Dado que al consulado no se puede entrar con celulares, a Maribel se le ocurrió poner un puesto para guardar los aparatos móviles de los dominicanos que van en busca del sueño americano.
Por Millizen Uribe

aribel es una mujer muy observadora. Cada día, notaba como las personas que acudían al consulado estadounidense a buscar visa pasaban incomodidades debido a que, por medida de seguridad, está prohibido entrar con teléfonos móviles a este cuerpo diplomático. Los asistentes tenían que dejarlo en sus casas, so pena de estar incomunicados, o con personas que no eran de su confianza, casi siempre perdiéndolos.

Fue así como a Maribel se le ocurrió la ingeniosa idea de poner un puesto para guardar celulares frente al consulado. Así, al momento de entrar a su cita, las personas pudiesen depositarlos y recogerlos a la salida, sin ningún tipo de inseguridad o inconvenientes. Hace varios años que Maribel inició este negocio y en honor a la verdad, su creatividad ha sido pagada con creces.

¿Cómo hace Maribel para ganarse la confianza de las personas y que dejen con ella sus pertenencias? Ella dispone de todo un sistema. Lo primero es que tiene unos talonarios donde aparecen sus datos personales: nombre y teléfonos. Además, contiene detalles de la mercancía que se va a guardar, pues aunque comenzó guardando celulares, hoy el negocio ha crecido y también almacena cámaras, computadoras, perfumes y otras pertenencias.

Al momento que una persona deja un artículo, debe llenar un recibo donde se le pide detalles de lo que guarda: fecha, hora, marca, color, modelo e indicaciones necesarias para que no se vaya a confundir la mercancía. Pero además, dicho recibo se adjunta a la mercancía como una forma fácil de identificar quién es el dueño de qué.

Según nos cuenta Maribel, el sistema funciona muy bien pues nunca se ha extraviado nada. “Ha sucedido que a algunas personas se le ha olvidado pasar a recoger sus cosas, pero como en el recibo están mis números me llaman y sin ningún inconveniente recuperan sus productos”, expresa.

Horario y costo

Maribel labora en el mismo horario que lo hace el consulado: de lunes a viernes, de seis de la mañana a cuatro de la tarde. Confiesa que a veces ha tenido que quedarse una y dos horas más esperando que salgan algunas personas que se demoran.

El servicio es muy barato pues sólo cobra 25 pesos dominicanos (menos de un dólar), por mercancía y la tarifa es fija por lo que no importa las horas por las que guarde los celulares, el costo siempre será el mismo independientemente del tiempo.

El negocio funciona muy bien debido al gran flujo de personas que asiste diariamente a la repartición diplomática. “El armario siempre está lleno, incluso a veces tengo que poner más de uno, porque siempre hay cientos de personas buscando visa”, indica.

Al flujo de personas también se suma el buen servicio que ofrece, pues de acuerdo a lo que nos cuenta, si una persona va la primera vez, vuelve e incluso la recomienda con amigos y familiares.

La competencia existe, porque aunque Maribel fue la pionera en esta particular idea, hay personas que al ver lo bien que le iba han puesto también su negocio, pero al no ser tan confiables ni barato como el de ella, su local sigue siendo el más frecuentado.

Diariamente guarda entre 20 y 25 celulares, lo que al mes, y sin contar los fines de semana, es un promedio de 550 aparatos. Sus ingresos mensuales rondan los 500 dólares, más de lo que ganan muchos profesionales en el país. “Yo sólo tengo que invertir en facturas y lapiceros, por lo que gracias a Dios, tengo mis ganancias”, explica.

Un poco de suerte…

El negocio es estable, pero para llegar al punto de desarrollo que exhibe hoy, esta mujer tuvo que afrontar varias dificultades. “Cuando los gringos vieron que yo me establecí frente a ellos, comenzaron a quejarse. Me dijeron que no podía estar aquí, porque a ellos no les convenía ese flujo de personas cerca de donde están ubicados”, cuenta Maribel.

A esto también se sumó la presión del Ministerio de Cultura y de los administradores de la Plaza de la Cultura, en cuya acera se instaló Maribel. De acuerdo a ellos, con el negocio de esta mujer el lugar se iba a llenar de gente.

Sin embargo, la suerte estaba de su lado y resulta que uno de los militares designados para moverla del lugar era un conocido. Maribel le explicó que había puesto ese negocio para mantener a sus tres hijos, porque estaba divorciada, no había ido a la universidad y necesitaba ganarse la vida de una manera honrada.

El militar se conmovió con la historia y habló con sus superiores para que le dieran una oportunidad y la pusieron a prueba para ver que tal se desenvolvía. Y como Maribel lo hizo respetando todas las normas, se ganó también la confianza de los diplomáticos estadounidenses y los funcionarios culturales, quienes hasta el día de hoy la han dejado trabajar en paz.

“Yo tengo varios años guardando dinero para cumplir mi gran sueño de tener mi techo propio y gracias a este negocio casi lo estoy consiguiendo”, dice llena de esperanza y entusiasmo.


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