Belisario Féliz Jiménez, conocido por todos como “Beli”, vino al mundo un 8 de marzo de 1909. Durante estos 101 años ha tenido una cómplice sin igual: la música, que según él, le mantiene fuerte y vivo. Y es que desde los ocho años de edad este anciano dominicano, se dejó seducir por la magia musical del sonido que hace el acordeón. Es sin dudas, un apasionado de este instrumento y continúa tocando, por lo que se le considera un verdadero hito del folklore dominicano.

Texto: Millizen Uribe
Fotos: Franklin Marte
País: República Dominicana


¿Cuándo surge en usted el amor por el acordeón?
Yo era muy pequeño todavía cuando de inquieto me puse a embromar con el acordeón. Comenzó como un juego y 93 años después, sigo siendo un apasionado de este instrumento.

¿Se puede decir, entonces, que lo de usted y el acordeón fue “amor a primer tono”?
Sí, claro. Recuerdo que la primera vez que toqué un acordeón sentí por dentro deseos de no soltarlo nunca más. Recuerdo que me encerré en un armario, porque el acordeón era de mi papá y lo tomé a escondidas. Estuve horas haciendo ruido con él.

¿Y qué dijo después su papá?
Mi papá tenía el acordeón, porque en su juventud tocaba. Pero ya a él no le gustaba eso, entonces no quería que yo tocara. Según él, porque no quería que nada me distrajese la mente de los estudios y la escuela. Usted sabe cómo eran los viejos de antes, por lo que cada vez que llegaba del trabajo y me encontraba tocando, me pegaba y me ponía de castigo.

Entonces, ¿cómo aprendió a tocar?
Mi papá era muy terco, nunca me enseñó. Tampoco fui a ninguna escuela de música. Yo solito aprendí. Escuchaba los sonidos que hacía el acordeón y después creaba melodías. Fui aprendiendo poco a poco. Cuando a usted le gusta algo, usted lo aprende.

¿Y a partir de entonces continuó tocando?
No. Siempre supe que tocar acordeón era mi vocación, pero hubo una parte de mi vida en la que fui débil y me deje llevar por la presión de mi papá, quién quería que su hijo tuviese un trabajo estable. Cuando estaba en la adolescencia trabajé como agricultor, que era lo que se hacía en la época. En otro tiempo también trabajé como carbonero. Pero siempre continuaba tocando porque venía un amigo, algún vecino o un familiar que me buscaba para que tocara en una boda o en un cumpleaños. Y como a mí lo que de verdad me gustaba era el acordeón, entonces me iba y dejaba el trabajo.

¿Y no le preocupaba que lo despidiesen por dejar el trabajo incompleto?
No, porque en ese momento yo estaba "asfixiao" de mi acordeón. No quería soltarlo y era lo que más me importaba.

¿Y por qué le fascinaba tanto tocar acordeón?
Me gustaba crear ritmos, pero también una de las cosas que más disfrutaba era que tenía muchas enamoradas. Las mujeres de la época se volvían locas al oírme tocar y a mí me gustaba tocarles para ver cómo con mi ritmo se movían esos vestidos anchos y largos que usaban en esa época.

Llama la atención que a su edad tenga fuerza física y memoria para tocar. ¿Cuál es su secreto?
Bueno, a mí la memoria me falla cuando trato de recordar algunos nombres o fechas, pero nunca se me olvida una nota musical. La melodía no está en mi cerebro, sino en mi corazón, y mi corazón no envejece. Es verdad que a veces me canso, pero lo que hago es tocar sentado. Me paro un ratico y cuando me canso vuelvo y me siento.

¿Toca también otros instrumentos?
Sí, claro. Sé tocar el pandero y la güira; la mangulina, carabiné y merengue, que es lo que más se baila aquí en el sur, o por lo menos se bailaba antes. Usted sabe que ahora la juventud tiene otra música.

¿Y qué opina al respecto?
Hay cosas raras, pero también hay buenos músicos. Yo los dejo nomás, porque aquí tenemos un refrán que dice: “Cada loco con su tema”.

En todo el sur de la República Dominicana la pobreza sobreabunda, ¿Tocar el acordeón fue, además de arte, una fuente de trabajo?
Claro que sí. A mí me pagaban por tocar y tocando mi acordeón mantuve y crié a mis 20 hijos declarados y también a unos cuantos cimarrones que tengo por ahí (sonríe). Por eso es que yo digo que en la música, además de amor por el arte, también encontré un medio para sobrevivir.

¿Y hoy continúa tocando y trabajando?
Me mantengo “acordeón en mano”. Toco en fiestas y eventos políticos de por aquí.

Usted es un hombre de 101 años; debe tener muchas anécdotas…
Uf, tengo muchísimas. Le voy a contar una del presidente Trujillo, que fue un dictador. Pues bien, en uno de los controles del régimen caí preso. Venía de tocar en una fiesta y uno de los oficiales que trabajaba para Trujillo me encarceló así por no más, sin yo hacer nada. No tenía abogado ni nada porque eso era para gente rica. Entonces, como yo era músico, me puse a tocar para entretenerme. Tú sabes que los dominicanos desde que escuchamos música comenzamos a mover los pies y hubo un momento en que el oficial no se resistió a mi ritmo, me sacó de la celda y terminamos bailando todos en la cárcel. Hicimos tremenda fiesta.

Entonces gracias a su acordeón usted se codeó con un presidente dominicano.
No sólo con uno. También conocí al profesor Juan Bosch, que ese si fue un buen presidente. Una vez él hizo un concurso con todos los músicos del país y yo fui quien ganó.

¿Hay algo que usted piense que le falte lograr?
Bueno, yo a Dios lo único que le pido es salud y que todavía no me lleve. Yo sé que estoy un “chin” pasado de edad, pero todavía quiero seguir viviendo.

Hoy que es un hombre mayor, ¿qué es lo que más aprecia de la vida ahora?
La admiración de mi familia, sobretodo de mis 82 nietos. Mi salud, mi larga vida y la música, eso es lo más grande que yo tengo.

Reconocimiento
Mucha gente considera a Beli un verdadero bastión del folklore dominicano y, además, es un personaje muy querido en su provincia natal, Barahona. De hecho, en julio de este año, el músico obtuvo un reconocimiento. El grupo empresarial Centro Cuesta Nacional (CCN) lo premió en el marco de la segunda edición del proyecto “Orgullo de mi tierra”, que anualmente se realiza para resaltar los valores nacionales y culturales. “He trabajado mucho por la música de aquí y veo que mi trabajo se reconoce”, afirma Beli.


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