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Jonas tenía un amigo suizo-peruano que lo invitó a conocer el país de los incas. Fue por ese motivo que decidió viajar hasta Sudamérica. El viaje partió por el centro, luego se dirigió al sur y terminó por la costa peruana. En este artículo te contaremos sobre la selva peruana, los recorridos por el río Amazonas y todas las aventuras y desventuras que vivió este joven muchacho.

Jonas Pasquier, suizo en Perú
Fotos: Daniel Löffler

rimera parada Puerto Maldonado. Ubicada en el sureste del Perú, se encuentra al lado del río Madre de Dios, en plena selva peruana. Cuando llegas desde la sierra, una de las cosas más complicadas que te ocurren en este lugar es cambiar de un clima seco a uno húmedo.

En los alrededores de la ciudad, específicamente en el Lago Sandoval, decidimos con un amigo recorrer el lugar para ver a los caimanes. Para llegar hasta allá, había que tomar un bote llamado “peque peque”, que se llama así por el ruido del motor. El sonido de la selva es increíble: escuchas muchas cosas y no sabes lo que puede ser. Desde animales salvajes hasta el ruido de los árboles; tratas de descifrarlo, pero es imposible.

Bajamos del bote e hicimos una excursión por el día. Nos alojamos en un lodge con habitaciones de madera, las cuales estaban sobre el lago. En la noche, fuimos al muelle y tomamos un pequeño bote para ver los caimanes. Daba miedo porque la nave era chica, estaba rodeada de agua y con una linterna podíamos ver muchos puntos rojos que eran ¡los ojos de los caimanes! Fue algo impactante.

Unos días después, llegamos hasta Pucallpa. Es una ciudad de la parte centro-oriental del Perú situada a orillas del río Ucayali. La verdad, no me gustó mucho este lugar. No tenía mucha infraestructura y le faltaba más urbanismo. Se notaba que la colonización española no llegó hasta este sitio alejado.

En esta ciudad, nos embarcamos en un “crucero”. Bueno, esto es solo un decir, porque la verdad no tenía nada de barco crucero. Creo que con el dinero que gana el dueño, sólo puede pagar la bencina, ni siguiera le alcanza para la pintura.

En el barco, tienes tu lugar asignado. Es una rústica hamaca que incluye una cortina contra los mosquitos… de lo contrario, ¡no llegas vivo a Iquitos! El viaje dura dos días por el Amazonas. El paisaje es igual durante todo el recorrido y resulta un poco monótono. Tienes la impresión de estar en medio de la nada. A veces el barco paraba en muelles de diferentes pueblitos. Eso era bueno, porque te sacaba de la monotonía.

Me llamó la atención que sólo un tercio de la gente que iba en el barco eran turistas. El resto, eran personas que lo tomaban como un simple medio de transporte. Eso me gustó, ya que se generaba un interesante intercambio cultural.

Delfines rosados

Finalmente, llegamos a la última parada del Amazonas peruano: Iquitos. Para ser una ciudad en medio de la selva, es bien grande: 80 mil habitantes. Ahí me junté con mi amigo suizo e hicimos un tour de tres días por la selva. En el recorrido destacaban tres cosas: las pirañas, los delfines rosados y un pequeño pueblo indígena.

Nunca imaginé que en el Amazonas pudiesen vivir delfines rosados. Originalmente llegaron del mar al corazón de la selva. Se desarrollaron comiendo diferentes tipos de cosas, por eso tienen un color rosado. También fuimos a ver las pirañas. Las pescamos con pedazos de pollo crudo. Todo el sistema de pesca es muy artesanal. Es impresionante cuando tienes la caña y sientes como las pirañas se están peleando el pedazo de pollo. En ese momento, ¡no quieres caer al agua!

Después, llegamos a un pueblo indígena originario. Nos mostraron la casa del chamán, y el estilo de vida de la gente de su tribu. Vimos cosas muy extrañas para nuestra cultura. Por ejemplo, mujeres desnudas mostrando sus pechos. Me molestó el hecho de no interactuar con ellos. Solamente éramos unos simples “mirones”. Ahora con el tiempo lo pienso y no lo volvería a hacer. Creo que fue algo muy insultante para ellos. Es como poner a los indígenas en un zoológico humano.


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